jueves, 15 de noviembre de 2007

Todo esto sucede en la cabeza, en los sobacos, en el cuarto y en el teléfono de un aparente enano que ha comprado un

“Ermitañé- - -Haz amigos violentos en cualquier parte de tu cuerpo del modo más sencillo”:

Ahora tomo un poco de vaselina la aplico sobre mis sobacos y espero a ver resultados.
Pasan los dos minutos que dice el instructivo. Algo sucede. Siento movimiento en mis axilas, movimientos nunca antes previstos. Varios pelos emergen de manera incisiva desde el borde de cada ala.
Efectivamente: discuten. La caja del producto dice que mis alas permanecerán chorreadas durante las tres primeras semanas y luego de una exhaustiva plática acerca de cualquier tópico que tenga que ver de manera rumorosa con la inflación de ciertos globos esfenoidales con gas de helio dejarán de ensalivar mis costillas de esa forma tan trivial.
Acomodo mi culo viejo en el sofá. El sofá es un lugar seguro. En realidad toda mi casa es un lugar bastante seguro, la tengo almohadillada por dentro con propaganda leal del Seguro.
Me pongo mis lentes para hacer memoria y llegan a mi vista esos salvajes vendedores de tarjetas de crédito que me dijeron “muéstrame tu tarjeta” “se las enseño y me la arrebatan, alegan asuntos turbios en una esquina luego me dicen que los enanos debemos de tener tarjetas de crédito enanas. Ellos serán los primeros a los que alguno de mis sobacos llamará por teléfono.
Sobaco 1 empieza a ladrar desproporcionadamente. Sobaco 2 no deja de echar fuego por la boca. Yo comienzo a chupar mis uñas. Estamos llenos de un profundo, desesperado y trastornado odio por los salvajes vendedores de tarjetas de crédito que usan peluquín alocado a lo Einstein para imponer cierta clase de atmósfera de genialidad excéntrica respetuosa.
Marco el número. Contesta ese hijo de puta y dice: “Sé que eres el enano. El sonido de mi teléfono se hace enano cuando marca un enano. Tienes algún pequeño reclamo qué hacer…” Cuelgo. Planeo otra estrategia.

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