lunes, 30 de julio de 2007

jueves, 5 de julio de 2007

Encuentro fortuito.

He conocido allá en las orillas, donde venden nalgas de gato al por mayor, a una mujer que dice tener las mejores cavidades de todo el mundo. Su nombre permanece a cinco kilómetros de distancia en una carretera tapizada de perros y uno que otro canguro trasatlántico, el efecto doppler se ha encargado de achicopalar su nombre, así que no lo diré.
Siendo honestos nunca probé sus cavidades, simplemente no me agrada la apariencia cardiovascular del jocoque eructado por su pegajoso abismo, pero sí llegué a degustar su media crema con galletas integrales, saladas y tostadas, no era la gran cosa. Por si no lo saben las mujeres menonitas tienen en las cavidades otras cavidades, capaces de producir leche chorreada, manchego, queso para desmoronar frío y caliente, jocoque industrial y casero, parmesano embutido, roquefort playero, mantequilla fijadora para vellos púbicos de ardilla tailandesa y uno que otro chongo zamorano.
En cierto kilómetro de la carretera mi Alpha Romeo se estropeó, como es habitual uno examina el panorama y espera a que algo pase. Indudablemente algo ocurrió, la chica pelirroja que me escoltaba se fugó con un charro hacia la costa en un caballo blanco y me quedé solo durante las cinco horas restantes contemplando una lombriz que supuestamente avanzaba hacia la izquierda. Más tarde vi en la carretera dirigiéndose hacia el norte a una colección de menonitas jip joperos montados en sus chivos low riders. Uno de ellos me ofreció un tarro de queso de chiva a un precio prudente, lo compré y lo mastiqué hasta el hastío. “Tengo las mejores cavidades. Me declaro presidenta legítima de todas las cavidades” presumió una de overol escotado, ya un tanto pisoteada.
Me confió rápidamente que el primer granjero que la ordeñó hasta el agotamiento murió de fiebre de malta. En una ocasión su madre buscaba un botón para su overol y encontró debajo de la cama de la mujer de cavidades maravillosas un montón de notas, tanteos de cartas y elegías fracasadas, “Te espero en el río junto al árbol de la tentación, ponte un chorts apretado y suéltate el cabello. Atentamente tu lechero” exhortaba un misterioso papel enrollado como testículo en invierno. La madre en un acto exasperado por preservar íntegro y viscoso el jocoque de su hija la encerró en el refrigerador a baño maría dos semanas, “Ese fue el último lechero que estaba dispuesto a extirparme mi rico jocoque, hasta el infinito” declaró amargamente la menonita refrigerada.
Ella me mostró el único retrato al óleo que tiene de sus primeros padres, titulado “Las menonitas” pintado por un aficionado a la margarina barroca, llamado Diego de Velásquezo. “Si uno junta las pecas de mi padre y de mi madre puede tener como resultado una gran peca” me dijo sin miramientos.
La lombriz se seguía retorciendo creando algoritmos rítmicos aproximadamente imposibles, movimientos de hombros casi meteorológicos y uno que otro aduuuket psicoterapéutico, el estrés, ustedes saben. Ella, Cavidades Apetitosas, subió a la cajuela del auto y me indicó donde vivía, “En la raya de aquellas dos nalgas de montaña” señaló mientras sus pezones apuntaban, como los girasoles, en dirección al sol que ya iba cayendo. El sol y sus pezones engreídos. De las ubres de su chiva perturbada me traspasó corriente a mi Alpha Romeo, extirpó jocoque, media crema y queso rayado de alguna de sus cavidades y me los obsequió para saborearlos en el camino. Montó a su chiva, aceleró a 120 y precipitó el volumen de sus tuiters a 120 también.